jueves, 1 de noviembre de 2007

No tengo internet, es lo único que me preocupa

Raimundo caminó las 25 cuadras que lo separaban de mí, me sorprendió porque R. odiaba el ejércicio físico. Yo creo que necesitó esa caminata para pensar qué decir, ¿la verdad o seguir con la farza? Optó por la primera. Cuando llegó estaba de mal semblante, transpirado, como si hubiera venido de la guerra. Un asco. Apenas cruzamos mirada, vino hacia mí, se arrodilló y me confesó lo que no quería escuchar: "Perdoname, mi amor, me equivoquéee. Me equivoquéee" (alargaba la e). Y se puso a llorar desconsolado. En cambio yo, me quedé quieta, lo miraba como sonriendo (cuando me pongo nerviosa me río, es un defecto que tengo que corregir), pensaba que por qué tanto escándalo, no era tan grave, claro que no me acordaba qué era lo que había leído, me había salteado líneas para no desgarrarme (para lo que me sirvió...). En ESE momento no me significó demasiado, en definitiva no habían estado juntos (todavía no lo habías logrado, Y.). Pero él seguía llorando y no dejaba de repetir cuán arrepentido estaba y me suplicaba perdón. Me conmovió su actitud, jamás lo había visto así. Por esos días vivía histérica porque el servidor de internet no me instalaba el servicio, en realidad venía y ponía excusas del tipo: hay obstrucción de un árbol o no traje la escalera, ¡me sacaba tanta ineptitud! Y mi mente se concentraba en llamar cada media hora a la compañía para quejarme, soy un poco estructurada y conservadora como se habrán dado cuenta (o al menos yo me considero así). En fin, mi vida marchaba expectacular salvo por ese inconveniente pavote, hasta que alguien envía un anónimo (¿ángel guardián o un turro que esperó a que me mudara?) y un tanque de agua podrida se me cayó encima. Así estábamos con Raimundo, él gimiendo de dolor y yo delirando en que la situación era una broma de mal gusto y de un momento a otro terminaría, cuando por el servicio de mensajería me saluda Y., o sea, mi compañera de trabajo; la que se hacía mi amiga; la que me había invitado a su casamiento (de los cien empleados invitó a cuatro); la que se enojó y ofendió por los rincones cuando le suspendí su "merienda secreta" porque tuve un problema familiar y no pude ir a conocer a su departamento de casada; la que me decía que iba a cuidar a mi R. de las malas compañías del instituto (no voy a revelar a quién acusabas de ser mimosita, porque ella sí te da vuelta y haría lo que quisiera yo con mucho gusto); la que me venía a saludar siempre con mucha sonrisa y se había alegrado de mi nueva convivencia y ¡me daba consejos sobre cuestiones maritales!; la que mantenía desde hacía un tiempo malas costumbres con R. Todo fue falso, un desastre, nena, porque en mi concepto de amistad no hay nada que justifique esas charlas eróticas con el novio de un amiga y menos si no te atraía para nada el hombre, como "argumentaste" después. Nada lo justifica, pero de eso hablaremos más tarde. (De Raimundo por ahí mucho no hablo en este espacio porque de él ya me encargué, además, demostró arrepentimiento inmediato, no como Y. cuyo pedido de perdón llegó 21 días después y por mero interés). Me dijo Hola y me preguntó cómo iba la convivencia, hay que ser caradura, ¿no? O al menos en mi mundo hoy neurótico sí lo es. No le respondí, en realidad, R. se apresuró a cerrar la ventana de diálogo. Pasó la mañana, pasó la tarde y yo seguía sin reaccionar, llamé otra vez al servidor de internet y le grité, lo insulté y me desequilibré: ¡¿cómo que tardarían tres días más en venir?! Me derrumbé en la cama y lloré desconsoladamente. Y el tsunami hormonal todavía no había llegado...

2 comentarios:

Jessika dijo...

Verdaderamente tu historia engancha, he leído todos tus post y me siento identificada en algunos de ellos y en otros me siento culpable, cambia mucho una misma historia contada desde los dos puntos de vista.
Besitos y gracias por visitarme.

Anónimo dijo...

Mujer despechada estoy a punto de sacar la conclusión de que al final de cuentas sos una flojita... Espero que no me defraudes. El final feliz en esta relación con Raimundo no puede existir. Recordá un sabio refrán: El hombre es el único animal que se golpea dos veces con la misma piedra. Y encima Raimundo es tan tarado que la primera vez lo hizo ante un chubón, o sea... no tiene escrúpulos.