sábado, 3 de noviembre de 2007

Ejercicio de fin de semana

Veamos, qué creen que hizo Y. cuando se enteró que Mujer Despechada había descubierto sus malas costumbres con Raimundo...


1. Renunciar al instituto de antropología porque la vergüenza no la dejaba vivir...

Requetehelado - Requetehelado


2. Pedir perdón a Mujer Despechada...

Frío - Frío

3. Llorisquear y ponerse en víctima con sus compañeros de trabajo...

Tibio - Tibio

4. Desplegar su sensualidad y seguir ofreciendo sus fotografías en ropa interior y reírse de la vida...

Caliente - Caliente

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jueves, 1 de noviembre de 2007

No tengo internet, es lo único que me preocupa

Raimundo caminó las 25 cuadras que lo separaban de mí, me sorprendió porque R. odiaba el ejércicio físico. Yo creo que necesitó esa caminata para pensar qué decir, ¿la verdad o seguir con la farza? Optó por la primera. Cuando llegó estaba de mal semblante, transpirado, como si hubiera venido de la guerra. Un asco. Apenas cruzamos mirada, vino hacia mí, se arrodilló y me confesó lo que no quería escuchar: "Perdoname, mi amor, me equivoquéee. Me equivoquéee" (alargaba la e). Y se puso a llorar desconsolado. En cambio yo, me quedé quieta, lo miraba como sonriendo (cuando me pongo nerviosa me río, es un defecto que tengo que corregir), pensaba que por qué tanto escándalo, no era tan grave, claro que no me acordaba qué era lo que había leído, me había salteado líneas para no desgarrarme (para lo que me sirvió...). En ESE momento no me significó demasiado, en definitiva no habían estado juntos (todavía no lo habías logrado, Y.). Pero él seguía llorando y no dejaba de repetir cuán arrepentido estaba y me suplicaba perdón. Me conmovió su actitud, jamás lo había visto así. Por esos días vivía histérica porque el servidor de internet no me instalaba el servicio, en realidad venía y ponía excusas del tipo: hay obstrucción de un árbol o no traje la escalera, ¡me sacaba tanta ineptitud! Y mi mente se concentraba en llamar cada media hora a la compañía para quejarme, soy un poco estructurada y conservadora como se habrán dado cuenta (o al menos yo me considero así). En fin, mi vida marchaba expectacular salvo por ese inconveniente pavote, hasta que alguien envía un anónimo (¿ángel guardián o un turro que esperó a que me mudara?) y un tanque de agua podrida se me cayó encima. Así estábamos con Raimundo, él gimiendo de dolor y yo delirando en que la situación era una broma de mal gusto y de un momento a otro terminaría, cuando por el servicio de mensajería me saluda Y., o sea, mi compañera de trabajo; la que se hacía mi amiga; la que me había invitado a su casamiento (de los cien empleados invitó a cuatro); la que se enojó y ofendió por los rincones cuando le suspendí su "merienda secreta" porque tuve un problema familiar y no pude ir a conocer a su departamento de casada; la que me decía que iba a cuidar a mi R. de las malas compañías del instituto (no voy a revelar a quién acusabas de ser mimosita, porque ella sí te da vuelta y haría lo que quisiera yo con mucho gusto); la que me venía a saludar siempre con mucha sonrisa y se había alegrado de mi nueva convivencia y ¡me daba consejos sobre cuestiones maritales!; la que mantenía desde hacía un tiempo malas costumbres con R. Todo fue falso, un desastre, nena, porque en mi concepto de amistad no hay nada que justifique esas charlas eróticas con el novio de un amiga y menos si no te atraía para nada el hombre, como "argumentaste" después. Nada lo justifica, pero de eso hablaremos más tarde. (De Raimundo por ahí mucho no hablo en este espacio porque de él ya me encargué, además, demostró arrepentimiento inmediato, no como Y. cuyo pedido de perdón llegó 21 días después y por mero interés). Me dijo Hola y me preguntó cómo iba la convivencia, hay que ser caradura, ¿no? O al menos en mi mundo hoy neurótico sí lo es. No le respondí, en realidad, R. se apresuró a cerrar la ventana de diálogo. Pasó la mañana, pasó la tarde y yo seguía sin reaccionar, llamé otra vez al servidor de internet y le grité, lo insulté y me desequilibré: ¡¿cómo que tardarían tres días más en venir?! Me derrumbé en la cama y lloré desconsoladamente. Y el tsunami hormonal todavía no había llegado...

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miércoles, 31 de octubre de 2007

Una historia de amor I

Con Raimundo nos conocimos un verano, cursábamos en la universidad y ambos veníamos de noviazgos largos, cada uno había terminado su historia como pudo. Recuerdo que sentí una atracción que me quemó viva la primera vez que lo vi en el pasillo de la facultad; con su cigarrillo eterno y voz seductora; me encantaban sus charlas sobre la revolución y el Che (meses después me di cuenta que Raimu era un total burgués, cómodo y fanático de la Coca- Cola y el Blockbuster). Pero por esos tiempos me derretía de amor, no podía creer estar al lado de un hombre sensible, que le gustaba escucharme, que no se sintiera atraído por el fútbol; me sentía como en la bohemia de los años sesenta, tirados en el suelo, haciendo el amor, fumando y leyendo a Sartre. Eran tiempos felices, víviamos entre risas y caricias, los domingos nos internábamos en el Carlitos de Vicente López y entre panqueques riquísimos leíamos los diarios y discutíamos de política. Mi Bogart tenía una pluma que me enloquecía:

Hola, morocha
Te tengo que confesar algo: todavía no puedo medir el tamaño de tu sonrisa. Me cuesta, me pierdo. Empiezo a contar centímetro por centímetro pero no termino nunca y la veo infinita. Es tan amplia que deduzco que tu boca no tiene fin, es algo interminable en lo que me pierdo con la vista y con el gusto. Porque cada vez que veo tu sonrisa me acuerdo de tu gusto, un sabor que todavía siento, sobre
todo cuando me acuesto y me acuerdo de esa sonrisa y digo "por suerte pude verla
hoy, me estaba acechando desde un rincón y no pude defenderme". Y aunque no lo
sepas, cuando te vas, cuando lo último que escucho ese ese "chau", que para mi
encierra tantas cosas, te sigo y veo tu espalda que desaparece en la puerta y
reaparece en otra y después se va y pienso que podría seguirte hasta la puerta,
tal vez no me vea nadie, y me pierda con un beso en tu sonrisa que nunca
termina.

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Las Amistades Peligrosas

Estimados lectores, les recomiendo leer algunos párrafos de Pierre Choderlos de Laclos, escritas en el prólogo de su genial libro Las Amistades Peligrosas. Me resguardo en sus palabras antes de publicar la serie de cartas y mensajes que dieron vida a la tragedia de Mujer Despechada.


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Se me ha objetado que el fin era dar a conocer las cartas mismas; sería tan inverosímil como falso que ocho o diez personas que han contribuido a formar esta correspondencia, hubiesen escrito todas con igual pureza. Debo advertir también que he suprimido todos los nombres de que hablaban estas cartas. En cuanto al mérito que esta obra pueda tener, acaso no me toca hablar, pues no debe influir mi opinión en la de nadie (…) Estoy lejos de esperar que agraden; y no se tome esta confesión, sincera de parte mía, como modestia afectada de un autor, porque con igual franqueza declaro que siesta colección no me hubiese parecido digna de presentarse al público, no me hubiera ocupado de ella. Ahora, pues, como esta colección contiene, según lo anuncia su título, las cartas de los individuos de una sociedad, reina en ellas una diversidad de intereses que disminuye el del lector. Además, como todos los sentimientos que en ellas se expresan son fingidos o disimulados, no pueden excitar sino un interés de mera curiosidad (muy inferior siempre al de la realidad). La utilidad de esta obra, que acaso será más disputada, me pareceno obstante, más fácil de probar. Creo, a lo menos, que es hacer un servicio a la moral el descubrir los medios que emplean los que tienen malas costumbres para corromper a los que las tienen buenas; y pienso que estas cartas podrán contribuir eficazmente a ese objeto. Por otra parte, a las personas de gusto delicado repugnará el estilo demasiado sencillo y defectuoso de muchas de estas cartas, en tanto que el común de los lectores, seducidos por la idea de que cuanto se halla impreso es fruto de un trabajo, creerán ver en algunas otras la obra penosa de un autor que se muestra detrás del personaje que hace hablar.


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lunes, 29 de octubre de 2007

Mujer rota

Junto a la taza de café descansaban las notas del capítulo que preparaba sobre historia del erotismo y apuntes de las materias que tenía para rendir de la carrera que había comenzado ese año. Ese lunes, recuerdo, había ido más temprano que de costumbre al instituto de antropología donde trabajaba desde mi graduación, hacía cuatro años. Escribía en la computadora cuando entró un correo con mi nombre en el remitente, qué raro, pensé. Eran las 7.23 am, no sé por qué tengo fijado la hora; lo abrí y empezó la agonía (olvídense de que les transcriba lo que leí, estimados l.) De repente el corazón se conmocionó por primera vez esa mañana y temblé con todo el cuerpo. Una mujer le contestaba un correo a mi novio de entonces, o a mi marido, ya no sé qué título darle por esos pocos días de convivencia. El nombre y apellido respondían a una señora del instituto donde trabajábamos los tres, ella: un ser adorable como la nominaban cuantioso público, incluida yo hasta ese justísimo instante; además, éramos amigas. Intenté seguir lo que había expresado mi “algo”, las frases se mezclaban y perdían nitidez pero tres expresiones lograron fusilarme: fotos, Pinamar, elogios… Es una broma, traté de convencerme. No, recapacité, está redactado tal cual hablan ellos dos.
Obviamente, dejé de atender los reclamos de mi jefe que me pedía unos datos con insistencia. No podía ser… se me nubló el alma. Levanté el teléfono y llamé de inmediato a Raimundo. Él, dormido, dijo hola y yo le comencé a leer las primeras líneas tartamudeando. Qué es eso, pregunté, me lo mandaron en un correo. Del otro lado: un profundo silencio. Mi corazón de un salto gritó: ¡Noooo! Tenías que protestar: “Qué sé yo, una boludez, dejame dormir, estoy cansado. No me jodas”. Eso tenías que declarar, pero quedarte callado NO. Entonces lloré y con voz firme me anunciaste que me venías a buscar. Y ya estaba todo dicho.

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jueves, 25 de octubre de 2007

Comentario de autor

Es evidente que algunos lectores/as del blog no entienden la diferencia entre lo que es ficción y la realidad misma. Es interesante la manera en que muchos de Uds. defienden férreamente a los personajes, cuando éstos todavía no aparecieron en la historia, cuyo final hasta la autora misma desconoce. También me llama la atención cómo a algunos sólo les interesa que no se publiquen los nombres verdaderos de los que inspiraron esta idea. ¿De qué tienen miedo, de ser ustedes? Muchos arriesgan que la Mujer Despechada no habló con los otros dos protagonistas y qué saben, me pregunto. En la presentación aclaré en palabras de Simone De Beauvoir que no busco dar cursos de moral, sólo interrogo y reflexiono sobre una cuestión que le pasó a alguien, alguna vez, en algún lugar. En cambio, ustedes, queridos amigos, sí están dispuestos a brindar discursos de moral y de buenas costumbres, ¡con el dedito acusador, encima! Cuando ni siquiera son capaces de darse a conocer y ni firman los comentarios, ¡qué vergüenza! diría mi tía Matilde. Ni siquiera apodos creativos colocan (con excepciones), estimados morbositos. Para los que no se dieron cuenta los comentario son autorizados y Mujer Despechada tiene ovarios para publicar todos, excepto los injuriosos y los que puedan delatar las identidades de personas de la vida real con malas costumbres. Y no tengo ningún inconveniente de enfrentarme con mis lectores y responder sus payasadas. Bien podría este blog analizar a la sociedad hipócrita, con ustedes como protagonistas. Mujer Despechada no es un deseo de venganza ni persigue intereses espúrios. Busquen la diferencia, porque la hay, entre venganza, impunidad, justicia, valores, límites, moral y ficción. ¡Salgan al sol, idiotas!

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miércoles, 24 de octubre de 2007

Aquellos días felices

-Me siento feliz de embarcarnos en esta aventura, de a poco
cumpliremos los objetivos que nos propondramos. Estoy segura de esta
decisión un poco precipitada, pero el que no arriesga no gana la
guerra, dicen. ¿Vos sos feliz?

-...Sí... yo también soy feliz. Te amo -respondió él.

Una ranura en el recuerdo: el diálogo anterior fue parecido al exclamado la primera noche de convivencia con Raimundo; ocurrió dos días antes de que me enterara de sus costumbres virtuales. Brindamos con el vino espumante que me había regalado la navidad pasada la compañía en la que solía trabajar. Después de un noviazgo atípico pero intenso (tal vez me refiera a ello más adelante) nos mudamos a un PH de Polvorines City. No nos habíamos casado pero pensábamos en inaugurar con una gran fiesta la nueva etapa. Y éramos muy felices. O al menos eso creía yo.


La mañana del anteúltimo día feliz había rendido un parcial en Ciudad Universitaria, importante para mí porque después de muchos años había retomado por fin los estudios universitarios. El resultado era incierto pero sentía que había aprobado. Al mediodía pasé por la peluquería y después almorcé con Raimundo y su madre, una señora encantadora. Por la tarde fuimos a comprar cortinas para el PH al EASY de Munro, sí que hay de todo en ese lugar. Todo parecía ajustarse a las coordenadas precisas en mi vida. Lo único que me afligía era el dueño del PH, de nombre Daniel y origen armenio. No tengo absolutamente nada en contra de los armenios, por el contrario, poco tiempo atrás escribí un artículo sobre la independencia de ese país y me maravilló su historia. Pero este Daniel era un poco antisociable y cero amable, no gustaba conocer a sus inquilinos y tres días antes de firmar el contrato de alquiler se le ocurrió indexar cada seis meses una suma de 50 pesos. Primero que es ilegal y segundo que lo hubiera pensado antes; también habíamos tenido problemas con la conexión de internet porque cuando sugerimos que pondríamos por cable modem se puso loco, ocurre que él “compartía” el servicio y no quería problemas con el servidor. Agregado que apenas instalados con Raimu, se me rompió la llave en la cerradura del edificio, ¡para qué! Llamó hecho una furia a la inmobiliaria y espetó que habíamos cambiado la cerradura. En fin, por aquellas horas vivía obsesionada con que este Daniel no entrara a mi departamento de incógnito, ya sé que es ridículo que pensara así… pero me tenía un poco histérica el tipo. Claro, que días después ya ni me acordaba del armenio, tenía otras cuestiones que atender.

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martes, 16 de octubre de 2007

Presentación

El blog Mujer despechada es un relato de ficción, pero se sostiene en una experiencia real: después de una semana de convivencia Ella descubre que su novio mantiene por internet charlas eróticas con una de sus amigas, compañera de trabajo de ambos. Ella enloquece, quiere dejarlo, pero el amor por él la confunde horrores y la desesperación es total. Por la mixtura de estas pasiones y con la desolación de sentirse doblemente traicionada nace lo que denominamos una mujer despechada, que todavía no sabemos hasta dónde es capaz de llegar con su rabia. Las distintas reacciones de los protagonistas y la hipocresía de una sociedad acompañarán la cronología de los hechos junto al misterio de saber quién divulgó valiosa información. La intriga durará cuatro meses con dos entradas por semana. En el último capítulo se darán a conocer los nombres verdaderos que motivaron esta narración. Como escribió para sus cuentos la genial Simone De Beauvoir: “Sería en vano buscar moralejas en estos relatos; proponer lecciones, no; mi intención ha sido totalmente diferente. No se vive más que una sola vida, pero, por simpatía, a veces es posible salirse de la propia piel”. Una advertencia para finalizar, estimado lector: si alguna vez te dejás acariciar por la tentación no olvidés al azar ningún detalle, haz todo perfecto, porque una mujer despechada puede resultar un infierno.

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