miércoles, 24 de octubre de 2007

Aquellos días felices

-Me siento feliz de embarcarnos en esta aventura, de a poco
cumpliremos los objetivos que nos propondramos. Estoy segura de esta
decisión un poco precipitada, pero el que no arriesga no gana la
guerra, dicen. ¿Vos sos feliz?

-...Sí... yo también soy feliz. Te amo -respondió él.

Una ranura en el recuerdo: el diálogo anterior fue parecido al exclamado la primera noche de convivencia con Raimundo; ocurrió dos días antes de que me enterara de sus costumbres virtuales. Brindamos con el vino espumante que me había regalado la navidad pasada la compañía en la que solía trabajar. Después de un noviazgo atípico pero intenso (tal vez me refiera a ello más adelante) nos mudamos a un PH de Polvorines City. No nos habíamos casado pero pensábamos en inaugurar con una gran fiesta la nueva etapa. Y éramos muy felices. O al menos eso creía yo.


La mañana del anteúltimo día feliz había rendido un parcial en Ciudad Universitaria, importante para mí porque después de muchos años había retomado por fin los estudios universitarios. El resultado era incierto pero sentía que había aprobado. Al mediodía pasé por la peluquería y después almorcé con Raimundo y su madre, una señora encantadora. Por la tarde fuimos a comprar cortinas para el PH al EASY de Munro, sí que hay de todo en ese lugar. Todo parecía ajustarse a las coordenadas precisas en mi vida. Lo único que me afligía era el dueño del PH, de nombre Daniel y origen armenio. No tengo absolutamente nada en contra de los armenios, por el contrario, poco tiempo atrás escribí un artículo sobre la independencia de ese país y me maravilló su historia. Pero este Daniel era un poco antisociable y cero amable, no gustaba conocer a sus inquilinos y tres días antes de firmar el contrato de alquiler se le ocurrió indexar cada seis meses una suma de 50 pesos. Primero que es ilegal y segundo que lo hubiera pensado antes; también habíamos tenido problemas con la conexión de internet porque cuando sugerimos que pondríamos por cable modem se puso loco, ocurre que él “compartía” el servicio y no quería problemas con el servidor. Agregado que apenas instalados con Raimu, se me rompió la llave en la cerradura del edificio, ¡para qué! Llamó hecho una furia a la inmobiliaria y espetó que habíamos cambiado la cerradura. En fin, por aquellas horas vivía obsesionada con que este Daniel no entrara a mi departamento de incógnito, ya sé que es ridículo que pensara así… pero me tenía un poco histérica el tipo. Claro, que días después ya ni me acordaba del armenio, tenía otras cuestiones que atender.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mujer despechada es fundamental que mandes el mail semanal para avisar de los nuevos capitulos. De esta historia apasionante no me quiero perder ninguno.